Donald T 2022
Por Benjamín Román Abram
El expresidente de Estados Unidos
y magnate inmobiliario estaba sentado en su escritorio, de modo alternativo
repasaba los planos de Lima o posaba sus ojos sobre las fotos de la ciudad
proporcionadas por uno de los satélites de su corporación, cuando la voz del
capitán anunció solemnemente el próximo aterrizaje de su avión privado. Trump se
puso a observar por la ventanilla derecha y se dio cuenta de que habían dejado
atrás la capa de nubes que se conocía en la capital de Perú como «cielo panza
de burro» y que además de las alas con su apellido, ya podía ver el océano Pacífico
y pronto una porción de la ciudad. No lucía ordenada y si bien había muchos edificios,
estos eran más pequeños y menos glamorosos que los de otras grandes metrópolis.
Al poco tiempo, se encendió la luz que indicaba que debía colocarse el
cinturón. De todas formas, su azafata tocó la puerta de la lujosa habitación aérea
para recordárselo y él, sin abrirle, le contestó desde una cama, con tono
juvenil y socarrón, a pesar de su edad, que lo haría de inmediato.
El descenso fue amigable, como lo había sido siempre
en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, más aún cuando el tráfico aéreo era
escaso. En sus instalaciones ya no funcionaban las tiendas por el poco
movimiento de pasajeros.
***
—Esta es una oportunidad de oro, la ciudad está casi
desierta y sus inmuebles en excelentes condiciones. Los que no murieron
mordidos por los zombis, lo hicieron por el ataque militar que ordené hace unos
años o se alejaron para olvidarse de la pesadilla. Casi nadie ha reclamado las propiedades
como herencia y el gobierno peruano está licitando toda la infraestructura
libre, que es la gran mayoría. Lo que sea irrecuperable lo arreglaré con
explosivos, aplanadoras, con la logística del Grupo Trump. Levantaremos
carreteras, hoteles, casinos y, claro, muchos condominios.
—Donald, te entiendo, pero lo que me pides es que te
apoye con miles de millones en capital y en buena cuenta postular a una
licitación por un cementerio gigantesco.
—Así es, retocarla
y venderla como una ciudad paraíso a los mejores postores; es decir, ancianos
extranjeros muy ricos para sus eventuales descansos o para sus retiros
permanentes. Lima no será el fracaso de Miami, siempre hostigada por tormentas,
huracanes y cambios bruscos de temperatura. Aquí el clima es agradable y templado
todo el año. Con facilidad de comunicación por mar y aire, y donde los nuevos
habitantes no estarán escuchando de la boca del vecino los problemas del
calentamiento global. Esto nos dejará mucho dinero.
—Donald, y ¿si nuestra sociedad se ve cuestionada?,
por ejemplo, por una ONG, uno de esos colectivos locos o leyes que vayan contra
nuestros intereses.
—De eso me
encargo yo, por algo soy un genio del mercadeo y de los contactos. Además, constituiremos
una inmobiliaria-constructora solo para esto y no la vincularemos legalmente con
mi corporación, aunque eso sí, siempre tendrá que ir Trump como parte de su
nombre, uno árabe, como el tuyo, podrá ser exótico, pero no tiene mi pegada.
Respecto a la nueva empresa, tendrá una buena cobertura de seguros por si algo
nos fuera mal. Diremos, y será de corazón, lo lamentable del accidente aéreo
causado por los chinos y que derivó en ese brote zombi
y tanta gente muerta. Recalcaremos la verdad, que fue muy penoso para mí, pero
también un deber como líder de Estados Unidos y del mundo libre, ordenar el
bombardeo para exterminar a los millones de zombis, y fue algo terrible que con
ellos se fueran tantos vivos. El broche de oro será ofrecerles algo digno para
sus fallecidos, como el día mundial de la vida y asunto arreglado. No creas que
no tengo corazón y pienso que estoy siendo sincero, pero esa desgracia no tiene
que impedir los negocios.
—Algo más
Donald: China también está interesada en hacer algo semejante allí y nos puede
ganar.
—Mi querido príncipe, China, China, jamás. Nunca me ha
ganado, nunca me ganará y menos con su accidente. Confía en mí, se mi socio.
***
Donald fue recibido en el aeropuerto limeño por Samuel
del Corral Mariátegui, su flamante gerente en Perú. Luego de unos minutos subieron
a una camioneta Hummer azul y se alejaron por el carril libre de la avenida
Elmer Faucett, lo precedían y seguían vehículos idénticos, parte de su
seguridad que vino en el avión y parte que ya lo esperaba en Lima. En el otro
carril estaban acumulados zombis y humanos muertos a la espera de que su
empresa se hiciera cargo de ellos. Por un momento pensó que, si no hubiese
pasado varios años del desastre zombi y no estuvieran tan deteriorados los
desvestiría para vender la ropa en otros mercados o cortaría sus cabellos para
la gigantesca industria de las pelucas postizas. Luego arribaron a un helipuerto,
y subieron a una moderna nave para tener otra vista de Lima.
—Sr. Trump, fue un honor recibirlo, dijo Samuel Mariátegui.
Así que los chinos y los franceses quisieron ganarnos. Fue brillante ofrecer
mejorías sobre las bases del concurso. Pero más que ya con el triunfo en mano,
lograse que el gobierno peruano le otorgue exoneraciones tributarias a cambio
de nuestro compromiso de localizar a familiares de los fallecidos y compensarlos
por las herencias inmobiliarias.
—Samuel, no me defraudes con eso. Sepulta a cuanto
puedas en grandes hondonadas, y separa a unos cuantos, para hallar a sus deudos,
pero no a muchos. Además, ten todo a punto por si fracasamos en el negocio y debo
liquidar “Paraíso Trump” con rapidez.
—¿Liquidación,
señor Trump?
—Liquidación, cierre, quiebra, ya veremos, Samuel, no
es que piense hacerlo, pero prefiero tener un plan b o hasta c. Pero la idea es
que venderemos a esos viejitos ricos hasta el último centímetro cuadrado.
¿Sabes?, como mi gerente te harás millonario. No como yo, pero lo suficiente
para que puedas jugar golf el resto de tu vida.
—Señor Donald, un tema que está circulando es que
podría haber zombis sobrevivientes.
—Samuel, ¿ves algo por las ventanillas? nada, ¿no? tú
eres quien vive aquí y supongo que sientes miedo, pero tienes mi palabra de
honor de que esas monstruosidades no volverán a la vida por segunda vez. Cuando
fui presidente de los Estados Unidos me cercioré de que el químico zombi fuera
efectivo. Recuerda, la marca Trump es un sinónimo de calidad.
Donald John Trump es un
empresario acaudalado, egocéntrico, sagaz y polémico. Nació el 14 de junio de
1946 en Nueva York. Tomando como punto de partida la exitosa empresa
inmobiliaria de su padre, logró abrir su propio camino en el mundo de los
bienes raíces, expandiéndose luego a otros rubros. El rascacielos Trump Tower
se inauguró en 1982 en Nueva York. Continuó poniéndole su apellido a sus
proyectos posteriores, convirtiendo a este en una marca. Luego de sus agresivos
discursos hacia sus adversarios políticos, y contra todo pronóstico, fue
elegido el presidente número cuarenta y cinco de Estados Unidos.