La dama de la laguna
Benjamín Román Abram
Aventureros, si contra toda
advertencia visitan el Alalay en el mes de julio, casi con seguridad percibirán
un desagradable olor a huevo podrido por la emanación del ácido sulfhídrico,
usualmente depositado en las aguas profundas. Otras veces, solo hallarán
flotando cientos de peces muertos. Pero si se atreven a esperar a la madrugada podrán
observar, en la orilla más cercana al Apu Chiri, a una mujer joven caminando desnuda
con su cuerpo traslúcido, de rostro descompuesto contra el viento afilado. No
le digan nada, su dolor debe ser respetado. En ese momento deben dar fin a la
aventura en ese paraje del sur de la serranía peruana. En caso ignoren mi consejo,
ella les contestará con un grito incontenible, he-la-da, he-la-da. A continuación, las nubes huirán, la
temperatura de hielo destruirá los sembríos de las cercanías y yo tomaré sus almas para unirlas a mi cautiverio
infinito.