Cuando
inicié la investigación para escribir mi libro Cincuenta grandes ideas de nuestro siglo XXII, me tracé como meta
concluirlo al menos un año antes de la nueva centuria. De otra forma los
editores hubieran rechazado el texto sin contemplaciones, dado que ellos no
cederían a un cambio de título como Las cincuenta grandes ideas del siglo
pasado. Ahora que han trascurrido varios lustros desde mi mayor triunfo de
ventas, la publicación sigue siendo demandada en pleno siglo XXIII. La mayoría
coincide en que lo que más llama la atención se encuentra en el capítulo diez,
donde escribo sobre aquel dulce nacional que rebauticé como el caramelo perpetuo.
No
lo hice porque realmente fuera imperecedero, sino porque su sabor podía
alcanzar a cuatro generaciones antes de comenzar a desaparecer. Era posible
degustarlo infinidad de veces en la vida. También mencionaba que para sus
consumidores más antiguos era muy agradable poder paladear algo que los remitía
a una sensación de la niñez. Agregaba en mi texto, que el caramelo causó tal impacto
cultural que se incluía en los testamentos para evitar posibles disputas
familiares, ya sea por un aspecto netamente monetario, por coleccionismo o por
un tema sentimental. Incluso propuse una cláusula modelo que, en forma
innecesaria, pero simbólica, aclaraba que el caramelo dejado en herencia estaba
libre de toda contaminación por su sistema de autolimpieza.
No puedo dejar
de mencionar que muchos acomedidos y, en otras ocasiones, colegas de mentes
creativas, tomando como inspiración mi obra, propusieron nuevas teorías sobre
la razón del gusto de la gente a esta golosina. Incluso algunos políticos
descocados proclamaron felices que a pesar de su alto precio, logró que
quebraran algunas fábricas de los países extranjeros, las que con sus productos
tradicionales no pudieron enfrentar a nuestra competencia. Sin embargo, al que
nunca le presté atención, hasta ahora que ya estoy al final de mi camino, fue a
aquel individuo que señaló que el éxito del caramelo y de mi obra se originaba
en el anhelo del individuo por acariciar la eternidad.
Memorias y reflexiones
(2245 D. C.)
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